Un jardín soñado

A. de la Fuente (SPC)
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Inspirado en los patios de la Alhambra y de Sevilla, Joaquín Sorolla diseñó y cultivó el suyo propio, un remanso de paz donde pintó las últimas obras de su carrera

Macetas con rosas, gardenias, hojas de hiedra tepradoras, la luz del sol y el rumor del agua cayendo por los ramales de una fuente, es quizá el escenario perfecto para inspirar a cualquier artista, pero, sin duda alguna, es el paisaje anhelado por uno muy en concreto: Joaquín Sorolla (1863-1923).

Diseñar y plantar su jardín fue la diversión y el alivio de los últimos años del pintor valenciano, convertido en jardinero en las horas que dejaba sus pinceles de lado. En 1910, Sorolla proyectó, junto al arquitecto Enrique María Repullés, un palacete en el corazón de Madrid, abrazado por un gran jardín, donde se trasladó a vivir la familia a finales de 1912 y en la que residió hasta su muerte. 

Cuando comenzó a planificarlo, tenía muy claro qué es lo que quería: un remanso de tranquilidad y, sobre todo, una fuente de inspiración para sus obras; y lo consiguió con creces. En la actualidad, los jardines del Museo Sorolla de Madrid siguen siendo uno de los rincones más bellos de la capital, y estos días acogen una exposición temporal con más de 160 cuadros, dibujos, fotografías, esculturas y azulejos que refleja el proceso creativo del pintor basado en estos espacios naturales tan importantes para él, y que se podrán visitar hasta el próximo 20 de enero.

La directora de la pinacoteca y una de las comisarias de esta muestra, Consuelo Luca de Tena, afirma que esta colección, titulada Sorolla, un jardín para pintar, presenta a un artista más maduro a quien este peculiar enclave le ayudaba a llegar a una «iconografía más íntima», pues estos elementos botánicos le prestaban elementos esenciales para sus creaciones: color, variedad, movimiento y vida.

Al mismo tiempo que Joaquín Sorolla perfilaba los grandes murales de Visión de España para la Hispanic Society de Nueva York, en los que pone de manifiesto su gran pasión por pintar al aire libre, dedicó su tiempo a idear y cultivar un jardín para, tiempo después, disfrutar pintándolo. Un espacio único en el que aglutinaba estudio y casa, y donde el pintor valenciano plantó especies propias del país como geranios, rosales, por los que tanto él como su mujer, Clotilde García del Castillo, sentían especial devoción y otras plantas que en aquellos años resultaban exóticas como los alhelíes y las hortensias.