Un toro de ley

Carlos H. Sanz
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El 'Toro Enmaromado' de Astudillo pisó las calles de la villa con el reconocimiento de Espectáculo Taurino Tradicional. El encierro se completó sin incidentes de gravedad y fue seguido por centenares de personas

‘Aguilillo’ pasará a la historia por ser el primer toro ‘legal’ de la tradición de Astudillo. - Foto: Óscar Navarro

- Foto: dp

 
Dos cohetones marcaron el inicio del recorrido del Toro Enmaromado por las calles de Astudillo, y dos su final. Exactamente igual que en años anteriores, aunque, por primera vez, la tradición  se desarrolló con la seguridad de tener los papeles en regla, lo que hizo que Aguilillo, que así se llamaba el astado, haya pasado a ser parte de la historia de la localidad.
El animal salió de la plaza de toros portátil a eso de las 17 horas, ya con las maromas atadas a su cornamenta. Según los comentarios de los que allí estaban, de menor envergadura que los de otros años, lo que quizá le otorgaba una mayor velocidad.
En un visto y no visto, enfiló la calle Pozo Rincón y, detrás, cientos de personas se encaminaron en su búsqueda. Los más valientes, por la propia Pozo Rincón, cofiando en que el toro no se diese la vuelta; el resto, decenas, enfilaron la calle Herreneja o la de José Antonio hasta la iglesia de Santa Eugenia o, incluso, hasta la propia plaza de Abilio Calderón, mucho más expuesta.
La iglesia ofreció a los astudillanos un parapeto perfecto para esperar al astado. El murete que separa el templo de la calle congregó a decenas de personas sin la suficiente temeridad, habilidad o ganas de ir en busca de Aguilillo. En esos momentos, en los que nadie sabe dónde está el toro, preguntamos a Juan, un vecino de la localidad con una camiseta azul y amarilla en la que luce una leyenda sobre el toro enmaromado de Astudillo, la de su legalización:«Es nuestra tradición y no cabía otra cosa. Era injusto que se nos multase cada año por algo que sabíamos que se remonta a muchísimos años».
Cuando el toro está lejos, cuando los mozos le llevan por otras calles, los entornos de la iglesia están casi en silencio. Los conocidos se saludan, otros departen sobre el astado y unos cuantos, más de los esperados, aguardan móvil en mano la llegada del toro. A esta tradición también han llegado las nuevas tecnologías. 
Hay tensión y el más mínimo ruido pone en alerta a la gente. Un rumor lejano anuncia siempre la llegada del toro; cuanto más cerca está más agudo se hace, ya que aumentan los chillidos. Es en ese impass de la algarabía al caos cuando todo el mundo se echa a correr. «Hay que tener cuidado con quedarse parado, porque te pueden arrollar y tirarte al suelo», comenta Mónica. En ese momento, una señora acude a la ambulancia parapetada en la calle Colagua, con una mano sujetándose el hombro: «Me han tirado», le explica al médico. 
La destreza de los mozos que portan las sogas hace muy difícil que alguien salga corneado. Sin embargo, los recortes exigen pericia y suerte, y las caídas son comunes. «El secreto es estar atento y hacer lo que la gente hace... y no arrimarse más de lo que uno pueda correr», relata uno de los recortadores.
Dos jóvenes, uno con un aparatoso corte en la cabeza y el otro con rasguños tras haber acabado por los suelos, son atendidos por la ambulancia. A simple vista, nada grave, pero es lo que tiene el toro: a él no le importa ser legal o no; sólo se limita a seguir su instinto.