"Ojalá ningún pueblo perdiera nunca la luz de su farmacia"

Carmen Centeno
-

Constituir la quinta generación de una estirpe de farmacéuticos imprime carácter y afianza caminos profesionales

Nació en Paredes de Nava en 1942. Es su pueblo y de paredeño ejerce las veinticuatro horas del día. A este biznieto, sobrino-nieto, hijo y padre de farmacéuticos el gusto por las fórmulas magistrales, la farmacopea y el trato directo con la gente le viene de la infancia. Sus años de niño -felices para el sexto de siete hermanos- los pasó en Cisneros donde su padre era farmacéutico, aunque los veranos, las fiestas y las fechas señaladas las pasaba la familia en su irrenunciable Paredes de Nava.

José Luis Nájera veía trabajar a su progenitor, elaborar preparados específicos para algún enfermo agudo, hablar con los vecinos y practicar el sabio y ancestral arte de la rebotica, esas tertulias en las que se habla de todo, en las que se resuelven mil y un problemas y en las que se afianzan relaciones y amistades, en medio del discurrir tranquilo o accidentado de la sociedad.

Llegaban a ser una especie de oasis en medio de la realidad, pero sin perder jamás la conexión, ni con los clientes que entraban en la farmacia, ni, por supuesto, con los acontecimientos y las preocupaciones sociales. También él practicó ese mismo arte años más tarde, en su farmacia, aunque de niño lo que más le llamaba la atención no eran las conversaciones de los mayores, sino ver a su padre ejerciendo una profesión que amaba, como la ama nuestro protagonista, y a la que se refiere como vocacional e imprescindible en la salud pública y en la vida de los pueblos y las ciudades.

Dos pueblos, dos amores. Su crianza, sus años infantiles y su tiempo escolar de aprendizaje y de juegos en Cisneros son gratos recuerdos para José Luis Nájera, tanto que le han hecho mantenerse vinculado al que podría considerar su segundo pueblo.

«Recuerdo mi niñez allí con muchísimo cariño», afirma para añadir, a renglón seguido, que siempre le han tratado bien y que allí conserva muy buenos amigos, aunque de lo que más orgulloso se siente es de que le hayan nombrado patrono de la Fundación Cardenal Cisneros. «Nos dedicamos a reivindicar la figura del cardenal, mediante actos culturales y sociales», explica este hombre que ha volcado en Cisneros parte de su amor territorial y que ha hecho de la historia y el patrimonio su gran dedicación, junto con la profesional de farmacéutico.

Nuestro protagonista estudió el Bachillerato en el colegio de La Salle, en Palencia, y después el Selectivo, que entonces era común para las carreras de Medicina y Farmacia, en Valladolid. Cuando llegó el momento de escoger una de las cuatro universidades que en aquellos momentos impartían la carrera farmacéutica en España, Nájera se decantó por la de Santiago de Compostela.

«Era una ciudad de estudiantes, muy bonita, en la que se cumplía el dicho de que entrabas llorando, porque estaba muy lejos y el viaje en tren hasta allí era interminable, y salías llorando también, porque se te había metido muy dentro», afirma.

Hizo los cinco cursos sin problemas, en tiempo y forma, aunque recuerda que había materias especialmente arduas que exigían dedicación y estudio, como la bioquímica y la botánica. No todo se redujo a echar codos sobre los libros. Había tiempo para divertirse y romper con la rutina diaria de las aulas y los laboratorios; de hecho, fue el abanderado de la tuna. «Yo no tocaba ningún instrumento, pero era el más alto y por eso llevaba la bandera». José Luis Nájera sonríe a menudo; también y de manera muy especial cuando rememora aquella etapa universitaria.

Poco después de acabar la carrera, casi sin tiempo para pensar en el trabajo, se impuso la realidad más próxima, familiar e inmediata y dio comienzo la que iba a ser una dilatada vida profesional. Un tío suyo, que tenía la farmacia en Paredes de Nava, murió y le pidieron que se hiciera cargo de la misma durante unos meses. Aquella especie de provisionalidad acabaría convirtiéndose en algo permanente. Porque José Luis Nájera, a su flamante título universitario sumó pronto el de inspector farmacéutico municipal.

Eso suponía añadir al trabajo propio de dispensación de medicamentos y de preparación de algunas fórmulas magistrales, siempre con la atención y la vista puesta en el trato personalizado al enfermo, las de control del abastecimiento de los alimentos  no animales. Recuerda con especial interés el caso del aceite de colza y la exigencia en el control y en los tratamientos de los afectados que conllevó. También hace referencia al mapa hidrológico provincial, en cuya confección participó activamente.

En cuanto a la farmacia, como tal, subraya que para él no fue difícil ponerse al frente porque Paredes de Nava era su pueblo querido y en él mantenía parientes y amigos. «Además, yo ya había hecho prácticas durante los veranos en la farmacia de mi padre y conocía también el trabajo en algunos laboratorios, así que no fue un comienzo profesional en el vacío, sino con conocimiento de lo que exigía».

Más allá del dinero. José Luis Nájera recalca la vocación, la empatía y la solidaridad como cualidades necesarias, junto a la profesionalidad, en un farmacéutico. «Recuerdo que trabajaba de la noche a la mañana porque teníamos las guardias durante todo el año y recuerdo, sobre todo, que me interesaba el contacto con la gente, ser solidario con quien tenía una enfermedad o un problema de otro tipo, llegando incluso a ser un poco el confesor». Así se explica alguien que considera que hay que desterrar esa concepción, casi siempre errónea, de una profesión crematística.

«La farmacia está por encima del dinero y es que uno no trabaja tantas horas, quitándoselas a la familia y a los amigos, para enriquecerse, sino movido por una vocación de servicio a los demás y porque lo que persigue es ante todo la salud y el bienestar de su pueblo». Insiste en ello, del mismo modo que hace hincapié en que enseguida se integró en la vida de Paredes y empezó a vivir los problemas de la gente. «Estaba allí casi permanentemente, hablaba con ellos, me gustaba mucho llevar el control farmacológico de los mayores, al estilo del SPD (Servicio de Dosificación Personalizada), que hoy está tan extendido y en el que trabaja de forma constante gente como mi hijo para que nadie equivoque el tratamiento o se olvide de  seguirlo».

Así, pues, José Luis Nájera ejerció durante más de cuatro décadas como farmacéutico, pero también como consejero, como amigo, en ocasiones casi como médico, atento siempre a los problemas y a las emergencias, como las relacionadas con las patologías aguadas y en ocasiones con la atención veterinaria al ganado, que más de una noche exigió de su tiempo y su colaboración.

Rebotica y patrimonio. Y, como ya habíamos avanzado, también tuvo su rebotica, en la que se organizaban tertulias cotidinas con el médico, el cura, el alcalde y demás fuerzas vivas del pueblo. «Se hablaba de todo, del pueblo, de las distintas iniciativas que iban surgiendo y también del arte y de otros muchos temas culturales»,             recuerda.

Fue allí, en esas charlas distendidas pero perfectamente imbricadas en el devenir de Paredes de Nava, donde surgió y se afianzó la otra gran vocación de José Luis Nájera, que es la de cultura y el patrimonio.

La Asociación Renacimiento y sus frutos, entre ellos ese Área de Rehabilitación Integral que tiene como objetivo la conservación de 580 viviendas y seis espacios en los cascos históricos de Paredes de Nava, Cisneros, Fuentes de Nava y Becerril de Campos, o la colaboración en la recuperación de los antiguo templos de San Juan y San Martín, este último reconvertido en Centro de Interpretación de Tierra de Campos y sede de la Oficina de Turismo. La recuperación del Auto de los Reyes Magos para sus representaciones navideñas, su presencia en la Asociación Alejo de Vahía, de Becerril, y en la actualidad su pasión por la arqueología desde el colectivo En busca de Intercatia, son pasiones muy vivas -y productivas- de un jubilado que no sabe estar ocioso. Por supuesto, para un paredeño de pro como José Luis Nájera, la Virgen de Carejas tiene un significado especial, que va mucho más allá de la mera devoción. Es cofrade suyo.

Y es un gran aficionado a la etnografía y a la conservación del patrimonio histórico-artístico, pero también profesional y doméstico. En su casa paredeña atesora valiosas piezas de una farmacia del XVII, amén de utensilios y menaje más modernos, que es interesante observar y conocer para saber más y entender mejor la evolución en este campo.  «Se ha avanzado mucho en investigación farmacológica y se ha ganado en técnica y procedimientos, pero se ha perdido en humanidad», comenta. Lo siente así porque ha sido, es y será «un farmacéutico rural», al que le gustaría que «en ningún pueblo se apagara la luz verde de la farmacia». Es, a su juicio, otra manera de asentar población.

Cuando él se puso al frente de su farmacia, en Paredes había dos y más de cuatro mil habitantes. Ahora solo hay una, que regenta su hijo José Luis Nájera García, presidente del Colegio de Farmacéuticos de Palencia, secretario del de Castilla y León y profesor de Farmacología en la Escuela de Enfermería. «Uno de los mejores momentos que he vivido ha sido el doctorado de mi hijo como farmacéutico», enfatiza con orgullo. «Es el más digno de los sucesores».

Claro que también se enorgullece de sus otros dos hijos, Antonio y Miguel, abogado e ingeniero industrial respectivamente. Y ejerce a diario de abuelo, llevando a sus nietos mayores al colegio. Tiene seis, con edades comprendidas entre los 8 años y los dos meses. «Los quiero a todos muchísimo y me encantaría que alguno fuera farmacéutico».

De momento, él sigue volcado en sus pasiones  culturales y ha empezado a dedicar algo más de tiempo a viajar con su esposa Macarena, ya que aunque le encanta, apenas ha podido hacerlo durante su vida profesional.