Ricardo Cortes Villasana, 1890-1936

Gerardo León Palenzuela*
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El 18 de julio de 1936 Ricardo Cortes se encontraba en Madrid cumpliendo con sus deberes parlamentarios y sociales

Las efemérides relacionadas con la Segunda República Española, dan pie para recordar a Ricardo Cortes Villasana, diputado electo en las tres legislaturas y, quizás, una de las figuras palentinas del siglo XX más desconocidas y peor interpretadas.
Madrileño de origen humilde, su afincamiento en Saldaña se debió a un golpe del destino. Una tía lejana le declaró heredero universal de sus bienes, planificó su formación en instituciones jesuíticas y prohibió militase en opciones políticas republicanas o de izquierda.
La política, de la que le fue imposible sustraerse, está presente desde el principio en su experiencia vital. Su trayectoria en este campo se inició en 1910, cuando apoyó a las Ligas Católicas formadas como contrapeso a los partidos liberales. Maurista de primera hora, en 1914 aparece vinculado muy a su pesar a Abilio Calderón, aunque pronto vuelve al redil de Antonio Maura. Las conocidas contradicciones de éste favorecieron su paso al Partido Social Popular de Ángel Ossorio y Gallardo, el primer partido democristiano español.
Ni sus opciones de referencia durante la Restauración, ni el corporativismo de la Dictadura de Primo de Rivera, le permitieron alcanzar lo que más anhelaba: un puesto de diputado en Madrid. Sí lo consiguió sin embargo con la República, a bordo de la Unión Castellana Agraria primero y la CEDA después. Sin embargo, la ideología de Ricardo Cortes no debe verse al calor de las siglas. Pesa más su vinculación al denominado catolicismo social, el conjunto de medidas reformistas sociales y políticas que la Iglesia puso en marcha a finales del siglo XIX para aminorar el impacto secularizador del mundo contemporáneo.
De ambas nos interesa ahora la parte política, de la que siempre fue un firme defensor de la teoría católica de acatamiento al poder constituido de hecho, máxime si éste provenía de las urnas, como era el caso republicano. Como diputado de derechas, fueron varias las ocasiones en que, desgraciadamente, tuvo que tener que demostrarlo, pues los derechistas siempre fueron vistos como centros permanentes de agitación antirrepublicana.
De este modo, y una vez inaugurada la República, el propio gobernador Vinaixa dudó de su lealtad. Ricardo Cortes lo solucionó declarándose diputado republicano en el despacho de aquel, lo que constituye un hecho excepcional, y casi único, en el panorama de las derechas españolas. El gesto le granjeó la antipatía del rancio conservadurismo provincial, al que dio un nuevo toque de atención ya iniciada la legislatura. Así, en un afán por distanciarse de Abilio Calderón, declaró no tener «relación alguna con otras agrupaciones, que no sea la emanada de puras coincidencias ideológicas comunes a todo sector de derechas, que sea moderno, progresivo y europeo».
En noviembre de 1931 Palencia se hizo famosa por albergar el «mitin monstruo revisionista». Fue la primera gran manifestación conservadora contra la Constitución recién aprobada, aunque también les sirvió para sacudirse complejos, pues andaban un tanto timoratos y amedrentados desde el 14 de abril. Tuvo mucho, por tanto, de acto de afirmación derechista, en el que ya se oyeron las primeras apelaciones a la violencia contra el régimen. Los palentinos, sin embargo, no estaban abonados a ese guión. Un opúsculo previo editado para la ocasión por la Federación Católico Agraria animaba a respetar la legalidad y el estado de derecho, mientras que Ricardo Cortes se descolgó con un discurso sorprendente y distinto a las soflamas apocalípticas lanzadas aquel día :
«Las derechas españolas han de estar infiltradas de un espíritu hondamente social. Se dice que no sólo de pan vive el hombre. Eso es una verdad, pero sin pan no vive el hombre. Yo soy hombre político, soy de derechas, pero para serlo no puedo ser más que agrario».
La andadura republicana de Ricardo Cortes estuvo marcada por la moderación en aquellos temas que, como la cuestión religiosa o la reforma agraria, fueron considerados por otros como escollos insalvables. En la primera, estuvo al lado del sector moderado del episcopado español frente a las tesis ultras del defenestrado cardenal Pedro Segura, y si no llegó a aceptar la separación Iglesia – Estado poco le faltó. En la cuestión agraria apenas se reconoce su firma en la famosa táctica obstruccionista elaborada por las derechas. Antes al contrario, puede vinculársele al proyecto progresista de su compañero Manuel Giménez Fernández en materia de arrendamientos, mutilado como se sabe por la derecha reaccionaria en sus aspectos más sociales.
Esa moderación fruto del humanismo cristiano que practicaba se puso a prueba a partir de febrero de 1936. El resultado de las elecciones que trajeron consigo el Frente Popular, fue el factor último que terminó de deslindar en las derechas a aquellos que querían seguir por la vía legal de aquellos otros que decidieron pasarse al lado oscuro de la fuerza.
Ricardo Cortes no está entre estos últimos. En medio de aquel ambiente tan polarizado, sus mítines electorales habían sido proclamas constantes al amor, fraternidad y reconciliación cristiana. Los «contrarios» eran, según él, hermanos que había que conquistar con las obras, «para que sean admiradores nuestros mañana y aliados después. Todo con amor, ese amor cristiano de que debemos dar muestras las fuerzas de derecha» .
Consumada la derrota electoral, todas sus acciones posteriores le sitúan al lado de aquellos diputados de derechas que, como Manuel Giménez Fernández o Luis Lucía Lucía, se mantuvieron al lado de la legalidad republicana. Así lo demuestra su primer mensaje post electoral. En contra de la línea oficial de la CEDA, reconoció la derrota sin aludir a las sospechas de fraude, llamó a la tranquilidad y remitió a las Cortes como único lugar para dirimir los problemas. También rechazó la política de pactos con partidos antirrepublicanos seguida hasta entonces por su partido.
Más aún, se manifestó contrario a la línea oficial del partido en temas tan delicados como las frustradas elecciones municipales de mayo de 1936 y la conveniencia de ir las elecciones de compromisarios para elegir presidente de la República. Gil Robles no quería que la presencia de la CEDA en esos actos sirviese para asentar al Gobierno del Frente Popular, al que negaba cualquier legitimidad. Ricardo Cortes, ya partidario de relegar a Gil Robles, sí optó por participar en esos comicios. Aunque la CEDA había prohibido ir a las de compromisarios «de forma directa o indirecta», los palentinos se personaron. Pero lo más sorprendente es que lo hicieron en coalición con César Gusano, el representante en Palencia de las opciones republicanas de centro. Es un detalle que habla del carácter abierto de Ricardo Cortes y su deseo de romper esa polarización política entre izquierdas y derechas.
Estos y otros detalles, como su posición favorable a que Castilla y León alcanzase un estatus autonómico como el de Cataluña y el País Vasco, son suficientes avales para colocar a nuestro personaje a la altura de los citados Luis Lucía y Giménez Fernández.
Sin embargo, una vez que se supo que Ricardo Cortes había sido asesinado en aquel trágico Madrid de noviembre de 1936, un opúsculo falangista de 1940 declaró que había colaborado en la sublevación franquista, lo que supone un importante baldón en su carrera. Este comentario ha motivado hoy día que desde diversos sectores se solicite la eliminación de su nombre del callejero palentino.
Esa alusión colaboradora está relacionada con un proceso de falangización al que se le sometió una vez terminada la Guerra Civil. Una Falange no aceptada por los palentinos, y muy crítica con las Instituciones del catolicismo social impulsadas por Ricardo Cortes, intentó demostrar que el líder provincial de las derechas había aceptado el Golpe de Estado del 18 de julio.
No obstante, no voy a continuar por ese camino. Para confirmar la lealtad de Ricardo Cortes a la legalidad, quiero poner sobre la mesa otro documento que ha pasado desapercibido y que, para mí, tiene un valor probatorio excepcional. En su edición del 8 de abril de 1939, El Diario Palentino informó  de que Ricardo Cortes «se encontraba en Madrid cumpliendo con sus deberes parlamentarios y sociales», lo que equivale a decir que el 17 de julio de 1936 viajó a Madrid a ocupar su puesto en el Congreso, mientras otros políticos abandonaban la capital de España.
*Gerardo León Palenzuela es doctor en Historia Contemporánea.