«Durante mi estancia en el Pantanal de Bolivia me reencontré con mi destino»

Esther Marín
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Óscar Quiroga de Prado • Biólogo y autor del libro '¡Carao! Pantanal'

Nacido en Palencia, vivió sus primeros años en San Salvador de Cantamuda, aunque la mayor parte de su familia es de Villamartín de Campos, Bustillo de la Vega y Saldaña. Se trasladó a Madrid, donde estudió Biología, profesión que le llevó hasta el Pantanal de Bolivia, donde trabajó durante ocho años. Desde allí volvió a España, pero su deseo era poder trasladarse a Brasil, donde vive actualmente como profesor de español. De su estancia en Bolivia ha escrito una interesante publicación.

¿De dónde nace su nueva publicación ¡Carao! Pantanal?

Nace de la experiencia como cooperante en un lugar tan diferente y apasionante como es el Pantanal. Allí un europeo se enfrenta a situaciones por las que nunca pasaría en nuestro viejo continente, conoce lugares casi inimaginables y se replantea muchas ideas que tenía como inamovibles. El objetivo inicial del libro es dar a conocer ese mundo, su riqueza y su dureza, tanto social como naturalmente.

Háblenos de su experiencia en el Pantanal y de cómo llegó allí

El primer paso fue entrar en contacto con una ONG que tenía proyectos de desarrollo sostenible en Bolivia y Paraguay y aceptar la oferta de salir de España sin destino ni término de tiempo fijos. Literalmente llegué al Pantanal en el que llaman el tren de la muerte, después de unas treinta horas para recorrer 650 kilómetros desde Santa Cruz de la Sierra hasta la frontera con Brasil y Paraguay. Llegué en diciembre, con un calor y una humedad brutales. Desde la casa en la que vivía, dentro del bosque, descubrí la laguna, los caimanes, los monos y me reconcilié con mi destino.

Vivir en el Pantanal y, sobre todo, trabajar allí en proyectos de conservación, es algo que marca. La multitud de actividades que tenía que llevar a cabo me permitió conocer a fondo los ríos, los campos, las estancias ganaderas, etc. Además, me llevó también a enfrentamientos con los poderes fácticos locales. Llegué a considerarme un verdadero pantanero.

¿Cómo ve un extranjero los caimanes, anacondas, jaguares y osos hormigueros que se encuentra en aquella zona?

Y las pirañas, las nutrias gigantes, los ñandús, los ciervos de los pantanos, las serpientes de cascabel, los pumas… El hecho de que el Pantanal se inunde periódicamente hace que durante una parte del año los animales no tengan mucha presión humana; hay áreas de los pantanos en las que tal vez no entre nadie nunca. Esto permite que la vida allí se desarrolle a sus anchas. Una de nuestras labores era tratar de que esto continuase siendo así.

Aparte de otras acciones, uno de los proyectos que manteníamos permanentemente era el desarrollo del turismo sostenible y la formación de guías locales al final de mi estancia allí, incluso en colaboración con grandes ONG internacionales.

Los turistas que recibíamos allí, en general volvían saturados de ver animales e, incluso en los raros casos en que las condiciones no eran buenas para verlos, sentían siempre la sensación de haber vivido una aventura y haber recorrido decenas de kilómetros sin ver una sola persona o una casa, inmersos en la naturaleza.

Los hechos que describe en su publicación se basan en situaciones reales. ¿Suyas o que le han contado otros?

El libro es bastante autobiográfico, pero para hacerlo más legible inventé personajes y situaciones. Los personajes son la síntesis de diferentes personas que conocí allí y casi todo lo que hacen o dicen ha sido dicho o hecho por alguien.

Los hechos se desarrollan en el libro en la secuencia en que se desarrollaron, aunque con ciertas licencias que me han permitido convertirlo en una novela.

Por ejemplo, el vaquero Cristino es la representación de los arreadores de ganado que atraviesan las fronteras y que en ocasiones tienen que enfrentarse a los rancheros; poco después de que yo volviera a España, uno de ellos fue asesinado a balazos en esos mismos pantanos.

Mario, mi protagonista, reúne también las características de los jóvenes vaqueros que luchan por el Pantanal frente a los proyectos industriales que lo destruirían sin remedio. La niña indígena, Diana, es una de tantas que son vendidas o alquiladas como esclavas sexuales por sus propios padres; un compañero que denunció este hecho tuvo graves problemas en el Pantanal paraguayo.

Como cooperante, ¿cuál fue su aportación al desarrollo humano en Bolivia?

Únicamente formé parte de un mecanismo de cooperación que necesita mucho tiempo para fructificar, por lo que mi aportación individual no puedo decir que fuese relevante. Los objetivos que aún se deben continuar desarrollando son la erradicación de la pobreza y de la desigualdad social, racial y de género, de una forma sostenible.

Es una dura lucha contra estructuras ancestrales y muy bien pertrechadas de poder.

 Ahora en Brasil da clase de español

En el Pantanal vivía muy cerca de una frontera de paso libre a Brasil y continuamente comprobaba las diferencias entre uno y otro país: la preocupación por la naturaleza, por la educación y por las condiciones de vida de los pobladores de comunidades alejadas y la aplicación de las leyes son mucho mayores que en Bolivia.

Brasil tiene mucha corrupción, mucha delincuencia y aún mucha desigualdad, pero las expectativas de los pantaneros a un lado y otro de la frontera son radicalmente diferentes. Me fui enamorando de Brasil y, finalmente, también de una brasileña, que en la actualidad es mi mujer.

Dar clases de español fue en principio solo una forma de ganarme la vida, pero rápidamente mis alumnos adolescentes y jóvenes me conquistaron y difícilmente podría ahora vivir sin ese contacto con ellos. Corresponden al respeto con el que se les trata y ofrecen un cariño que no se puede evitar retribuir.

Trabajo en una empresa educativa que tiene treinta mil profesores y millones de alumnos repartidos por todo Brasil. Aquí todo es gigantesco, desmedido.

omo decía poco antes de venir a Brasil, «pasé a mejor vida».

¿Y cómo es la vida al otro lado del charco?

Es como tener dos casas. En la actualidad, Brasil es la casa en la que me han adoptado y el lugar del trabajo cotidiano, mientras que España es mi casa de vacaciones y la mayor parte de mis referencias vitales están allí.

Desde aquí tengo el privilegio de ver la situación de España con un poco más de tranquilidad, ya que no me bombardean a todas horas con las elecciones de Cataluña, la última ocurrencia de los políticos, la crisis de los refugiados, la respuesta al yihadismo o la preparación para el clásico.

¿Echa de menos Palencia? ¿Tiene intención de volver?

Nunca, en ningún lugar en el que he vivido, he olvidado mis raíces: palentino, castellano viejo. Siempre que vuelvo a España paso por Palencia; mi familia más cercana vive en Madrid, pero mi hermana tiene una casa en Villamartín, donde también viven varios tíos.

Siempre que puedo vuelvo a la Montaña Palentina, a la Laguna de la Nava, al Mirador de Autilla, a la Calle Mayor de Palencia… Es como un reciclaje, una necesidad. Es como decir: «Sigo aquí. Nunca he salido realmente de estas tierras, porque han ido conmigo. Soy de aquí».