Moravia

ENRIQUE DE GUZMÁN MATAIX
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Vista del 'Moravia'. - Foto: eva garrido

En 1972 los  jóvenes palentinos no teníamos un duro pero estábamos todo el día en la calle, bien haciendo pintadas contra la dictadura, celebrando larguísimas reuniones  para arreglar el mundo o bien buscando cualquier excusa para divertirnos. Ronroneábamos por el Parque del  Salón, recorríamos en innumerables ocasiones la Calle Mayor en ambos sentidos al ritmo frenético que marcaban las pipas Facundo y, paralelamente, frecuentábamos los bares más pintorescos de la época, a pesar de nuestra economía de guerra.  

Degustábamos con fruición las patatas marraneras del Bar Timín, frente a Correos, local al que posiblemente podríamos considerar precedente insigne del actual Bar Trompicón, con todas las  particularidades de las que el lector estará más que bien informado. Merendábamos un bocadillo de bonito con pimientos en  La Solera, o un pincho de tortilla en el Bar Teo, unas gambas a la gabardina en el Costa Azul o unas peculiares patatas semibravas en La Viña. Por las noches, ya casi pasado de moda Los Yodis,  dos discotecas, Orfeo y  Franciscus (el célebre Pacus) se llenaban de jóvenes estudiantes y trabajadores en busca de vaya usted a saber qué. Paralelamente, el Bar Palentino era punto de reunión de médicos, abogados, procuradores y periodistas mientras el vetusto pero maravilloso Casino de los Cuatro Cantones seguía acogiendo a una de las burguesías más aburridas de España.

Casa Damián, Lorenzo, Touchard y La Tasca eran algunos de los puntos de referencia de la buena gastronomía palentina.  La política de entonces no podría entenderse sin referirnos al Mesón Colmado La Bodeguilla, antro de excepción, donde confraternizaban rojos rojísimos con miembros de la Policía secreta, cuando respirar estaba prohibido y opinar, sancionado. Pero aquel año nació un local que rompía los moldes de lo que se entendía por bar o cafetería. Era el Moravia, en pleno corazón del Parque del Salón.

Su oferta gastronómica, siempre breve pero sabrosa, cuajó en la juventud de la época, y se ha seguido manteniendo hasta este mes de septiembre, cuando Salvador Calvo, su propietario, se ha visto obligado a clausurar sus puertas. En aquellos años la efervescencia política llegó de forma innegable a Moravia, eso sí, siempre en un ambiente distendido en el que  primó el espíritu racional de sus clientes.

Alguna excepción hubo, como aquella ocasión en que dos energúmenos atildados, engominados, ataviados con la camisa de Falange, se cuadraron cuando entré en el local y comenzaron a cantarme el Cara al Sol, como si semejante copla fullera pudiera amedrentarme. Y es que ya estábamos en 1982 y Felipe González acababa de ganar sus primeras elecciones, pero aún había quienes pensaban en la dialéctica de los puños y las pistolas.

Había noches en que las mesas de Moravia parecían un mosaico de ideologías. Mientras en una de ellas un grupo de afiliados a UCD cenaba  hamburguesas y cañas de cerveza, en la de al lado otro grupo de miembros de Alianza Popular hacía lo propio no sin mirar de soslayo a sus más directos competidores en las urnas. Al mismo tiempo, las otras dos mesas estaban ocupadas por militantes del Partido del Trabajo y del Partido Comunista, que se observaban de reojo  y se imprecaban con denuedo en cuanto la ocasión lo requería . Todos se afanaban por ser más rojos que una Guzzi, en acertada  metonimia  creada por  uno de los clientes más habituales. Pero la vitalidad política del local iba pareja a su ubicación como punto de encuentro entre los jóvenes que queríamos  conectar con la chica de ayer.  A primeros de julio llegaban las de Bilbao, y muchos nos alborotábamos para organizar fiestas y guateques con unas hermanas  que irradiaban simpatía y pasaban largas horas en la terraza de Moravia, lugar de encuentros más que de desencuentros, de amistades semieternas, de amores inconfesables.

Han sido varias generaciones las que han pasado momentos maravillosos en Moravia. Puedo considerarme afortunado por haber contado en aquella Palencia evidentemente triste y vacua con un local que nos ofreció tanto y nos regaló experiencias emocionantes, como cuando legalizaron al Partido Comunista  y los clientes de Moravia aplaudimos al paso de la manifestación de militantes comunistas exultantes, o como cuando se anunció la muerte de Franco y en Moravia se vivió un ambiente expectante pero timorato por lo que podría ocurrir a partir de ese momento.

Y así es, y así ha sido, la experiencia de algunos de los que hemos vivido  la experiencia Moravia.  España ha evolucionado, Palencia también (pero menos), en Moravia, como en la mayoría de bares y restaurantes, conviven personas de todas las ideologías y nadie pregunta a nadie por su adscripción. Ya solo pedimos buen humor, buen vino, buena cerveza y buenos chistes. Como siempre ha ocurrido en Moravia.