Una treintena de pueblos de la Montaña Palentina subsiste con diez vecinos censados o menos

Rubén Abad
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Los Consistorios y las Juntas Vecinales han ejecutado diferentes actuaciones en los últimos años para mejorar la calidad de vida de los residentes

Palencia decrece y envejece. Según los datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) cada vez son menos los palentinos que residen en la provincia, y muchos menos los que lo hacen en el medio rural. El censo provincial comprende actualmente los 167.609 habitantes -587 menos que en la anterior anualidad- repartidos en los 191 municipios que recorren nuestro territorio desde Tierra de Campos al Cerrato, La Vega, La Ojeda o la Montaña Palentina.

Aunque este panorama se extiende de sur a norte del territorio, esta última comarca es precisamente uno de los lugares donde trasladar los datos del papel a la realidad se hace mucho más complicado por las peculiaridades orográficas de la zona. Y es que, salvando las localidades norteñas de mayor tamaño tales como Aguilar de Campoo, Guardo, Cervera de Pisuerga, Velilla del Río Carrión o Santibáñez de la Peña, hay varias poblaciones del entorno que subsisten a duras penas con diez o menos habitantes censados.

Barrio de San Pedro, Cordovilla de Aguilar, Matalbaniega, Navas de Sobremonte, Quintanilla de Corvio, Renedo de la Inera y Valdegama (Aguilar de Campoo); Matabuena (Barruelo de Santullán); Báscones de Ebro y Cuillas del Valle (Berzosilla); Boedo de Castrejón y Cubillo de Castrejón (Castrejón de la Peña); Cubillo de Ojeda y Verdeña (Cervera de Pisuerga); Lastrilla, Rebolledo de la Inera y Respenda de Aguilar (Pomar de Valdivia); Areños, Casavegas, Los Llazos y Piedrasluengas (La Pernía); Vega de Riacos (Respenda de la Peña); Perapertú (San Cebrián de Mudá); Villalbeto de la Peña (Santibáñez de la Peña) y Cardaño de Arriba y Valcocobero (Velilla del Río Carrión) han ido perdiendo población de manera periódica en las últimas décadas hasta convertirse en pueblos en los que todo funciona de manera distinta y sus vecinos son casi como una gran familia de las de décadas atrás, cuando cada casa y cada calle rebosaba vitalidad.

Pero el problema no es solo la merma poblacional, sino la elevada edad de las pocas personas que aún pelean por mantener intacto el recuerdo de unos pueblos en los que, pese a su reducido peso demográfico, se han realizado varias mejoras de un tiempo a esta parte para facilitar el día a día de sus vecinos.

Nuevas redes de saneamiento y abastecimiento, modernización del alumbrado público, asfaltado de calles, ampliación de espacios públicos o recuperación de parajes degradados son algunas de estas mejoras que ayudan a la pervivencia de los montañeses y contrastan con la falta de recursos, la lejanía con la capital, la mala señal de la Televisión Digital Terrestre (TDT), la deficiente cobertura de telefonía móvil en muchos puntos y la necesidad de desplazarse un buen puñado de kilómetros para realizar cualquier trámite con la Administración.

En el lado opuesto se sitúan las visitas periódicas del tendero, el panadero, el carnicero o el pescatero, acercando productos de primera necesidad a la misma puerta de sus hogares, desde donde los vecinos salen a realizar sus compras casi a diario en respuesta al sonido del claxon de estos vehículos que avisan de la irrupción en sus calles de los vendedores llegados desde los municipios de referencia.

Además, la unión vecinal es mucho más palpable que en pueblos de mayor tamaño o en las ciudades. En estas pequeñas pedanías todos están dispuestos a ayudarse entre sí y se vuelcan con sus paisanos de forma desinteresada en todo lo que está en su mano ya que ellos podrían ser los siguientes en necesitar una ayuda que en muchas ocasiones se convierte en una tabla de salvación en estos núcleos alejados de las cabeceras comarcales.

EL LLEVADERO VERANO.  El verano es la época del año más llevadera ya que los pueblos vuelven a derrochar vida con la llegada de turistas, veraneantes y esos hijos del pueblo que tuvieron que emigrar en busca de un futuro mejor a otras comunidades autónomas, sobre todo el País Vasco, Madrid y Cataluña.

En estos meses de calor, muchos apuestan por el autoconsumo cultivando sus propias huertas en las que no faltan las lechugas, los tomates o los calabacines. Verduras y hortalizas que cuidan y miman con esmero salvando las restricciones de agua propias del período estival. Paseos por los parajes próximos donde la naturaleza se puede contemplar en todo su esplendor o el cuidado de sus jardines son algunas de sus ocupaciones durante el estío.

Además, en estos meses la mayoría de poblaciones celebra sus fiestas patronales, fechas en la que sus calles se engalanan para vivir unos días de asueto en los que no faltan, por norma general, una misa en honor al patrono, otra por los difuntos y un ágape en el que los vecinos comparten mesa y mantel olvidándose por unas horas de las preocupaciones y quehaceres diarios.

EL CRUDO INVIERNO. Todo lo contrario ocurre en invierno, cuando la lluvia, la nieve y las heladas hacen que muchos se resguarden en su hogar al calor de la lumbre o visiten el Teleclub, un local donde mantienen largas tertulias, juegan a las cartas o departen sobre lo humano y lo divino durante horas.

Para los más jóvenes, en estos meses la rutina diaria comienza en la plaza del pueblo, donde un autobús los recoge para llevarlos a sus respectivos centros educativos. Este mismo medio de transporte es el más utilizado –algunos también optan por la línea del ferrocarril- para realizar los desplazamientos necesarios a otras localidades, donde visitan al médico, ponen al día sus cartillas de ahorro en las entidades financieras o realizan todo tipo de trámites municipales.

Un servicio de cercanía al que ha ayudado mucho el denominado Transporte a la Demanda, un modelo promovido por la Junta de Castilla y León que conecta estos pueblos a través de 48 rutas en la comarca norteña que tienen como puntos de referencia a los municipios de Aguilar, Guardo, Cervera y Herrera.