Magia entre las letras

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Se va, pero su legado permanece, en forma de piezas periodísticas y de títulos cruciales que brillarán en el Historia de la Literatura. Cualquier momento es bueno para su relectura

Magia entre las letras

Javier Garcés, firmaba el todavía púber García Márquez cuando, aún en el Liceo, empezó a escribir en el periódico del centro. Puede que entonces Macondo ya rondara en su cabeza, ese pueblo imaginario, patria del realismo mágico del que el autor se ha convertido en máximo representante. Fue allí, precisamente, donde todo nació, haciendo infinitos aquellos Cien años de soledad. También fue allí donde la realidad de una vida cotidiana, de su vida cotidiana, se fusionó con los delirios de imaginación que le llevaron hasta la Academia Sueca, que le concedió el Premio Nobel de Literatura en 1982. Las letras hispanoamericanas llegaban así a lo más alto, pese a que la enfermedad lastrara poco a poco con su presencia los recuerdos de aquellos días en los que la magia fue pura realidad.

Aracataca es otro principio, el de sus días. El pueblo donde nació en la colombiana región de La Magdalena y donde se crió con sus abuelos como Gabito. A él le admiraba. De ella aprendió a contar historias, y la narración pasó a ser parte de él mismo. Pese a que empezó a estudiar Derecho por expreso deseo de su padre, siempre quiso escribir y empezó con el Periodismo. A los 20 años publicó su primer cuento, La tercera resignación. Fue, de hecho, gracias a la prensa como pudo viajar a Europa. Aquí surge un nombre clave en su vida: su amigo Álvaro Mutis. Gracias a él entra en El espectador, que, en 1955, le destina a trabajar a Ginebra. Roma y París fueron otras de sus etapas. Tanto le dio la comunicación que, desde hace menos de un año, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano creó el Premio Internacional de Periodismo Gabriel García Márquez, que reconoce el trabajo reporteril en castellano y portugués que se publica en América y España.

Ante la vocación, una curiosa sentencia: «Gabo apareció -en El espectador de Bogotá- cuando descubrió que la Literatura no daba plata», contaba José Salgar, el hombre que le fogueó y le enseño todo lo que pudo sobre Periodismo, profesión que ejerció durante 80 años.

Hace apenas un mes y medio, el ahora inmortal colombiano celebraba su 87 cumpleaños. «A García Márquez no hay que celebrarlo por el hecho histórico del Nobel y otros honores pasajeros, sino por la hazaña artística que representa su obra y la brillantez irrepetible de su genio», comentaba entonces el biógrafo oficial del escritor, Gerard Martín. Según él, para Gabo, «escribir bien era el comienzo y el fin de su ambición, de su destino». Por la misma razón, hay que festejar ahora que haya sido un genio de pluma certera.

«La sombra que proyecta la obra garciamarquiana es gigantesca, constituye un privilegio y un derecho el conocerla y apropiársela como lo que es: un legado irrepetible, sorprendente, plagado de placeres, secretos y encantos dignos de disfrutarse en cualquier hora y de conocerse con minucioso afán», afirmaba el también escritor Enrique Serrano.

Una obra cumbre.

 
¿Y hablar de 100 años de soledad? Inabarcable en apenas unas líneas... Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo... Así empieza una novela extraordinaria y única, y ya legendaria, una de las aventuras literarias más fascinantes del siglo XX.

El éxito de la obra le catapultó como escritor conocido y entonces llegaron los premios. Poco después, se trasladó con su familia a Barcelona, donde viviría hasta 1975, y donde coincidió con Mario Vargas Llosa, su amigo entonces y eterno enemigo después.

La desaparición del genio de las letras, un hombre tocado por el don de la palabra y la habilidad de contar historias, abre de nuevo la puerta a la lectura, una pasión como para él fue escribir, aunque la enfermedad haya ido agotando la vida que supo exprimir al máximo.