Guardo a ojos de Unamuno

Rubén Abad
-

El conocido e ilustre bilbaíno dejó constancia de su recorrido por la localidad minera en abril de 1935, hace ahora ochenta años. Visitó 'La Casona' y la iglesia de San Juan

Guardo atravesaba en 1935 uno de los momentos más complicados de la historia local reciente. Decenas de mineros permanecían presos en Burgos a consecuencia de la revuelta que sacudió a la comarca meses atrás, los conocidos como Niños de la Beneficencia se vieron obligados a regresar a sus hogares porque las administraciones carecían de fondos para mantenerles alejados de  un pueblo lleno de sombras, el cementerio ya no podía acoger a más difuntos porque se había quedado pequeño y el alcantarillado público se había convertido en un auténtico quebradero de cabeza para el Ayuntamiento.

El Tren de La Robla había hecho su primera aparición cuarenta años atrás para transportar el carbón de las cuencas a los Altos Hornos del País Vasco y acercar entre sí a localidades prácticamente inalcanzables en la época. Pocos privilegiados disponían de vehículo por lo que, a pesar de que en la plaza de los Cuatro Caños había instalado un pequeño surtidor de gasolina, los carros tirados por animales seguían siendo el medio de transporte de los montañeses para desplazarse a pueblos próximos y para trabajar.

Éste es el panorama que se encontró el escritor y filósofo Miguel de Unamuno cuando a los 70 años de edad visitó por segunda ocasión la localidad minera en abril de 1935, hace ahora ochenta años.

«Otra vez páramo arriba, por las altas tierras palentinas, fronteras de León y de la Montaña, hacia Guardo». Así empezaba el que fuera rector de la Universidad de Salamanca y diputado en el Congreso su cuaderno de viajes por la zona norte de la provincia, una narración que publicó Ahora el día 5 y reprodujo íntegramente Diario Palentino 24 horas después.

A pesar de que Unamuno ya se había desplazado a Guardo anteriormente, no fue hasta ese momento cuando se decidió a retratar el día a día de un pueblo que por aquel entonces contaban con unos 2.400 residentes, que subsistían de la minería, la ganadería y la agricultura.

En esos años en los que la actual zona centro aún eran solo un puñado de tierras de cultivo y pastos regados por el río Carrión, la actividad comercial, social y política se centraba en los barrios Barruelo, La Fuente y La Erona, entre otros enclaves, sobre los que destacaban la Calle Mayor y nuevas avenidas que comenzaban a llenarse de vida.

Las casas humildes del Guardo de la época, entre las que afloraban los primeros bloques de viviendas, contrastaban con La Casona, un edificio que mandó construir en el siglo XVIII el guardense Francisco Díaz-Santos de Bullón, obispo de Barcelona y Señor de Sigüenza, y que sigue siendo un referente arquitectónico en el municipio.

Un inmueble de estilo barroco que se erige en pleno corazón del casco histórico de la villa que Unamuno describió como «un palacio al pie del teso, con su pétreo frontal adornado de escudos señoriales que blanquean al sol, mientras su tradición se borra de la gente».

Desde allí se desplazó hasta la iglesia de San Juan, situada a escasos metros de la Casa Grande, mientras observaba el trabajo de los guardenses, su forma de enfrentarse al mundo y los quehaceres cotidianos de los moradores de la villa en los primeros años del pasado siglo.

«Entré a la iglesia del pueblo (aún faltaban 27 años para que se construyese Santa Bárbara) sobre la losa sepulcral de don Antonio Rodríguez, cuyo nombre solo queda en la piedra, bruñida por las pisadas de los fieles. Y dentro, los cirios familiares funerarios y, en algún altar, flores de trapo ajadas y empolvadas. Al salir de allí, una anciana se mostró a lo lejos, sobre una cuchilla del terreno, el santuario del Cristo del Amparo. No quise preguntarle por los nuevos muertos, ¿para qué?», reza el escrito.

Estos nuevos muertos a los que Unamuno hizo referencia, son los que perdieron la vida en la mencionada Revuelta de 1934: «un guardia civil, un cura, al que no se le mató por tal, sino acaso por negociante, y un minero que tendido en tierra, se dejó matar por no rendirse. Que por aquí paso la tragedia. Y la población ha quedado diezmada, pues su décima parte -la más útil, la productora, la de los mineros- está en el penal de Burgos; trescientos hombres en un pueblo que no llega a tres mil habitantes», describió con atino este escritor de la Generación del 98.

En ese momento finalizó su breve, pero intensa, estancia en Guardo. Desde allí continuó su viaje por tierras palentinas hasta llegar a Moarves de Ojeda, Frómista y Fuentes de Valdepero.