Los Comuneros: del mito al lienzo

C. Combarros (Ical)
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Desde la obra que encumbró al valenciano Antonio Gisbert en 1860, los protagonistas de la Guerra de las Comunidades han protagonizado numerosas obras plásticas que alcanzaron su eclosión en la etapa del Romanticismo tardío

Lienzo ‘Los comuneros de Castilla’, de Antonio Gisbert (1860), depositado en el Congreso de los Diputados. - Foto: Ical

Tras siglos de silencio, los héroes de la Guerra de las Comunidades irrumpieron en el mundo de las bellas artes en la última etapa del reinado de Isabel II, marcado por el moderantismo y las influencias crecientes de la alta burguesía y de la aristocracia. La crisis de su peculiar adaptación del liberalismo cimentaba año tras año el descontento contra el régimen monárquico, tanto en la calle como entre políticos y militares.

Fue con ese caldo de cultivo, y mientras se expandían como la pólvora los ideales progresistas, cuando el alcoyano Antonio Gisbert Pérez presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1860, a los 26 años, el lienzo ‘Los comuneros de Castilla’, calificado por el catedrático de Historia del Arte Carlos Reyero como «una de las obras capitales de temática histórica» en la pintura española.
El valenciano escogió como tema central un episodio que apenas se había abordado en las bellas artes españolas hasta entonces, donde se ponía de relieve un momento controvertido en la historia del país. Como escribe el jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX en el Museo del Prado y académico de la Real Academia de la Historia, José Luis Díez García, la obra «ponía en entredicho la actuación de la Corona, mostrando a los que van a morir como mártires triunfantes en defensa de las ideas de la justicia y la libertad».

El lienzo fue visto por buena parte del jurado de la Exposición (integrado en su mayor parte por académicos conservadores de San Fernando) como un ataque contra la corona y una crítica a la opresión del poder absoluto, y pese a las unánimes alabanzas a su ejecución, las posturas encontradas entre progresistas y conservadores (cuya querencia sintonizaba más con las propuestas de José Casado del Alisal) frustraron sus posibilidades de conseguir la condecoración extraordinaria, y tuvo que conformarse con la medalla de primera clase. El cuadro original puede contemplarse en el Congreso de los Diputados.

Se abre la veda. El lienzo de Gisbert abrió la veda a una veintena de obras protagonizadas por los comuneros o por otros protagonistas decisivos de la Guerra de las Comunidades en los albores del siglo XVI. No en vano, ese mismo año de 1860 se presentó en la Exposición Nacional la obra ‘Doña María Pacheco logra salir disfrazada de la ciudad de Toledo, merced a la generosidad de Gutierre López de Padilla’, de Manuel Domínguez Sánchez, y poco después el catalán afincado en Madrid Gabriel Maureta y Aracil firmaba ‘Doña María Pacheco recibe la noticia de la muerte de su esposo Juan de Padilla’.

En 1864 es Francisco Rica y Almarca quien presenta en la Exposición Nacional de Bellas Artes el lienzo ‘Doña María Pacheco en la defensa de Toledo’, mientras empiezan a proliferar las litografías que reflejan a los héroes de la batalla de Villalar.

Santiago Llanta y Guerín es uno de los ilustradores más volcados en reflejar a estos personajes, y suyos son los retratos de Juan de Padilla, Juana la Loca y María Pacheco plasmados en el taller litográfico de Julio Donón, que hoy pueden contemplarse en la Biblioteca Nacional. Mención especial merece la litografía realizada también en el taller de Julio Donón con el título ‘Batalla de Villalar’, a partir de un dibujo del pintor Carlos Múgica y Pérez, de 14 por 18 centímetros, y depositada en el Museo de Historia de Madrid. En ella, los dos ejércitos se baten en duelo con víctimas por ambos bandos y un jinete imperial abatiendo en primer término a un caballero comunero.

En Roma y en 1866 está fechado el óleo sobre lienzo ‘Demencia de doña Juana de Castilla’, de Lorenzo Vallés, una obra de gran formato (268 x 313 centímetros) que desde hace dos años y medio puede admirarse en la Sala 61 del Museo del Prado, dedicada a la ‘Pintura de la historia’, adonde llegó gracias a la ampliación en 2009 de la pinacoteca madrileña, tras permanecer durante décadas en el Casón del Buen Retiro.

En 1878 Alberto Commelerán y Gómez presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes ‘Doña María Pacheco recibiendo la carta de despedida de su esposo Padilla prisionero en Villalar’, mientras que Vicente Borràs i Mompó conquistó la medalla de plata de segunda clase en la Exposición de 1881 y recibió un notable apoyo de la crítica gracias a ‘María Pacheco de Padilla después de Villalar’, que fue adquirido para el Museo del Prado aquel mismo año por 4.000 pesetas y que desde entonces está depositado en la Universidad de Barcelona, donde puede contemplarse en su Edificio Histórico. Según apunta Reyero, el lienzo podría guardar cierta relación de puesta en escena con el drama escénico ‘La viuda de Padilla’, escrito por Martínez de la Rosa. En el lienzo, de 331 por 520 centímetros, se refleja a la afligida dama en su residencia de Toledo mientras dos sirvientas tratan de consolarla, con las huestes que le acaban de anunciar la ejecución en segundo término.

El Estado adquirió en 1887, por idéntico precio y aprovechando la Exposición Nacional de Bellas Artes, el gigantesco óleo sobre tela ‘Salida de los comuneros de Valladolid’, de Joan Planella y Rodríguez (453 por 748 centímetros), que asimismo había recibido la medalla de segunda clase. En 1906 la obra se prestó en depósito al Ayuntamiento de Barcelona, que la derivó al Museu d’Art Modern de Barcelona (MNAC), donde permaneció hasta 1987, fecha en la que fue devuelta al Prado junto a otras piezas también de grandes dimensiones. Actualmente no está expuesta al público.

El lienzo representa al ejército comunero montando en sus caballos, con su bandera y lanzas en ristre, pero no fue del agrado de la crítica de la época, como puede apreciarse en la severa reseña publicada en el número 22 de ‘La Ilustración Española y Americana’: «Nadie presumirá saber el destino aciago de los comuneros por la expresión de sus rostros; el cuadro no tiene otra intención que la pintura de un grupo de guerreros a caballo. Parece un tapiz, ni más ni menos. (…) Sólo hay dos figuras importantes, la de Padilla y la del obispo de Zamora, pero las dos son infelices».

También en 1887, Manuel Picolo y López presentó en la Exposición Nacional ‘Villalar’, una obra de 268 por 155 centímetros que perteneció durante años a los fondos del Banco Hipotecario hasta que en 1991 pasó a formar parte de la Colección Argentaria, y actualmente puede admirarse en las paredes del Palacio del Marqués de Salamanca, sede de la Fundación BBVA, en el número 10 del madrileño Paseo de Recoletos.

Públicos y privados. Una década después, en 1897, aparecen dos obras más relacionadas con idéntico tema. Andrés Jiménez presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese año la obra ‘Los comuneros de Castilla conducidos al cadalso’, y en el mismo año está fechada la obra ‘Vencido o prisionero’, del vallisoletano Luciano Sánchez Santarén, que pertenece al patrimonio artístico municipal del Ayuntamiento de Valladolid desde que lo adquirieron en 1915, y que reposa en el segundo piso de la Casa Consistorial, expuesto en una pared del pasillo, a la altura del despacho del Grupo de Izquierda Unida.

Como relata Reyero en el catálogo de la exposición ‘La época de Carlos V y Felipe II en la pintura de historia del siglo XIX’, que él mismo comisarió en 1999, «la coincidencia en la caracterización con los modelos empleados por Gisbert, junto al apesadumbrado gesto de la figura y la vinculación del pintor y del cuadro con la ciudad de Valladolid, invitan a pensar en un participante de la revuelta comunera, acaso uno de sus cabecillas».

Ya a comienzos del pasado siglo XX, en el año 1906 Francisco Pradilla Ortiz presenta el óleo sobre tela titulado ‘Doña Juana la Loca recluida en Tordesillas’, un depósito del Museo del Prado que está expuesto de forma permanente en las salas del Museo de Zaragoza, en el apartado correspondiente a Pintura del siglo XIX. La imagen, de 189 por 315 centímetros, representa a la reina Juana junto a su hija Catalina en un ambiente íntimo, para cuya arquitectura el autor se inspiró en el Palacio de los Cárdenas en Ocaña (Toledo).

Como describe la conservadora del Museo de Zaragoza, Marisa Arguís, la reina, vestida de luto junto a la ventana, dirige su triste mirada al espectador, al fondo y entorno a una gran chimenea se sitúan en segundo plano dos damas, una cosiendo y otra rezando. «En toda la pintura se observan pequeños detalles como los vestidos, adornos y objetos que evidencian el rigor arqueológico y que transmiten una perfecta ambientación histórica», relata.

Como Pradilla, otro alumno de la Academia Española de Roma (en este caso de la segunda promoción, que no de la primera) fue el muralista palentino Eugenio Oliva Rodrigo, responsable de toda la decoración del Círculo de Recreo de Valladolid y autor del fresco ‘Los comuneros visitando a doña Juana’, realizado en la bóveda de la escalera de la Diputación de Palencia. Esa obra recreaba el momento en que doña Juana recibió a los comuneros en Tordesillas, el 29 de agosto de 1520, y fue destruida en el incendio registrado en la institución provincial el 24 de diciembre de 1966, donde falleció el arquitecto Gaspar Arroyo, hijo de Jerónimo Arroyo. La propia Diputación adquirió en mayo de 1985 a la hija del pintor, Francisca Oliva, un boceto de ese trabajo realizado en óleo sobre lienzo de 28 centímetros de alto por 46,5 de ancho.

Una de las aproximaciones pictóricas más recientes puede verse estos días y hasta el mismo 23 de abril en la sala de exposiciones de Caja España-Duero en la Plaza Madrid de Valladolid. Con el título ‘23 de abril’, el Colectivo Eclipse, integrado por los vallisoletanos Juan Carlos González, Marta Mayo, Juan Varela, Mercedes Alonso, María Ángeles Manso y Miguel Asensio, ofrece una mirada contemporánea a ese episodio histórico, en una muestra que incluye además música de Candeal y un audiovisual de quince minutos realizado ex profeso para la ocasión por los integrantes de Teatro Corsario Luis Miguel García y Julio Lázaro.