Mas firma el órdago

Benjamín López (SPC)
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Uno de los retos del futuro Gobierno central será plantar cara a la quimera secesionista

¡Por fin es lunes! Y la semana comienza con fuerza. Previsiblemente hoy Artur Mas firmará el decreto de convocatoria de elecciones anticipadas en Cataluña para el 27 de septiembre que el astuto presidente de la Generalitat nos vende como un plebiscito sobre la independencia de Cataluña. Una gran mentira, ya que, para empezar, lo que se va a votar ese día es la composición del Parlamento autonómico, solo eso, que no es poco, pero nada más que eso. El resto son delirios, fantasías de un iluminado que cada vez parece más dispuesto a tensar la cuerda secesionista hasta que se rompa.

Arturo el astuto lo tiene todo planeado: una lista única bajo la que se presentan al 27-S la inmensa mayoría de partidos independentistas, una campaña electoral que comenzará el mismo día de la exhibición secesionista de la diada del 11 de septiembre, unas elecciones disfrazadas de referéndum, una hoja de ruta para declarar la independencia en seis meses... Solo le fallan unos pequeños detalles a los que no parece dar demasiada importancia como son el respeto a la ley, a la Constitución española y a la propia historia de España. Para Mas todo eso carece de relevancia ante lo que él califica como la decisión soberana del pueblo catalán expresada en las urnas. La decisión soberana del pueblo español sobre el futuro de su país también le importa un bledo al astuto Mas.

Los demás partidos, es decir, Ciudadanos, PP y Partido Socialista han coqueteado con la idea de formar una lista única anti independencia para plantar cara al frente nacionalista. Por suerte no tiene visos de llegar a convertirse en realidad, ya que sería un error estratégico grave; supondría entrar en su juego y en su dialéctica y, de alguna manera, aceptar que efectivamente los comicios autonómicos son en realidad un plebiscito sobre el futuro territorial de Cataluña.

El PP, por su parte, acaba de cambiar de candidato a dos meses vista de las elecciones. Y, a juzgar por la furibunda reacción de todos sus contrincantes, parece que ha acertado con la figura del exalcalde de Badalona, Xavier García Albiol. Le tachan de facha y xenófobo los mismos que se ven a sí mismos diferentes y mejores que los demás españoles. Le insultan probablemente porque le temen. Saben que tiene 1.000 veces más gancho que Sánchez-Camacho, que conoce perfectamente Cataluña, que no tiene pelos en la lengua y dice las cosas que el PP lleva sin decir años en esa comunidad, por miedos y complejos varios que le han llevado a ser casi irrelevantes allí.

Albiol es la última baza de Rajoy para remontar el vuelo en Cataluña. Más nos vale a todos que el PP despunte y que Ciudadanos confirme los pronósticos. De lo contrario, vamos apañados. Porque de los socialistas catalanes se puede esperar cualquier cosa y casi ninguna buena. Son capaces de pactar con ERC, de aprobar un Estatuto inconstitucional, de defender la autodeterminación (eufemísticamente llamada derecho a decidir), de apoyar la independencia en algunos importantes ayuntamientos... Así les luce el pelo.

El peligro del cóctel que se está preparando en España no solo está en que los independentistas catalanes ganen los comicios y estén dispuestos a todo. El verdadero problema es a quién van a tener al otro lado, en el Gobierno de la nación, para plantarles cara. Todo indica que, tras las elecciones generales de fin de año, tendremos un Parlamento muy fraccionado -con la dificultad que ello implica para alcanzar mayorías- un Ejecutivo mucho más débil que el actual y algunos partidos con muy poca altura de miras,  más preocupados por sus intereses que por el bien general e incapaces de arrimar el hombro ante el enemigo común que es el independentismo.

Ese caldo de cultivo es el que quiere aprovechar Artur el astuto Mas y sus socios para declarar unilateralmente la independencia de Cataluña. Y, sin duda, lo harán en unos meses si el recuento electoral del 27 de septiembre se lo permite. Ahí está el verdadero reto que debe encarar el próximo Gobierno de España y ahí radica también la importancia de nuestro voto en las generales. No solo está en juego la recuperación económica, sino la estabilidad del país. Cada cual que decida quién la garantiza más.