Del fuego al campo

O. H.
-

Cuarenta reses de Concepción Quijano pasan por el tradicional herradero que le confiere a cada animal su identidad

Del fuego al campo - Foto: Eva Garrido

Una  nueva camada está en camino. Ya lo estuvo en el otoño pasado pero es ahora, como reconoce Concepción Quijano, que sus novillos y sus vacas comienzan a contar del hierro para arriba, que se suele decir. Y a partir de ahora, al campo.

La ganadería palentina de toro bravo con mayor proyección y más joven de la provincia procedió ayer a estampar en los cuartos delanteros de cuarenta reses el número 8, el acreditativo del año de nacimiento (2018) y a darles sus señas de identidad, como si fuera su carné, su nacionalidad y su pertenencia a una comunidad. Porque a los animales se les marca a fuego el año de nacimiento, pero también un número correlativo a medida que van pasando por el herradero, al tiempo que la marca de la ganadería y el símbolo de la asociación a la que pertenece el hierro de la C y la Q. «El hierro es una C y una Q, porque la denominación de la ganadería es Concepción Quijano», explica Jesús Caminero, marido de Concepción, que se encargaba ayer de colocar el 8 del año, mientras la titular de la ganadería marcaba su insignia en las ancas traseras, entre el humo y el olor a pelo quemado que lo impregnaba todo, junto a los corrales de la plaza de tientas de la Finca El Pisón, de Calzada de los Molinos.

Sus 40 animales, chotos, terneros hasta ahora, dan el paso para convertirse en añojos. El paso de la infancia a la adolescencia. Y se hace en una jornada fría de fiesta, para amigos y conocidos de los ganaderos. Fría porque ayer en Calzada hacía frío. Tradicionalmente, el herraje de las nuevas reses se realizaba en invierno para evitar las moscas en las quemaduras de los animales, y se sigue haciendo, a pesar de que los avances en medicina permiten que el herradero se realice en cualquier época del año. «Al marcarles, se les aplican productos para que cicatrizar mejor y, puesto que ya están inmovilizados, se les administran medicinas y se les desparasita, ya que a partir de ahora estarán en el campo», afirma Quijano. Se trata de 19 hembras, que posteriormente habrá que tentar, para saber su valía para la cría; 16 machos y dos cabestros. 

Fiesta. Lo cierto es que se trata de una fiesta de comunidad, en la que casi se podría decir que la excusa es el trabajo. «No creas, se trabaja, y mucho, que es lo importante, pero antes de comenzar hemos almorzado, luego comeremos... Nos juntamos unos cuantos amigos, aunque luego ya ves que no todo el mundo trabaja», ríe la ganadera, mientras va y viene al hornillo de propano donde los hierros se mantienen al rojo. Cerca, ora arriba de la tapia, ora sobre una paca de paja junto al herradero, una decena de críos seguía las labores realizadas por no menos de otra decena de operarios con la fascinación que únicamente puede crear el fuego. «No creas que tienen miedo ni nada», afirmaba una madre. Incluso algunos de los niños, tanto de los de la familia como los de los amigos se atrevieron con los hierros, guiados y dirigidos por los mayores para bautizar a fuego a los futuros toros o novillos. «Pero el nombre, ya lo tienen desde que nacen», apostilla Quijano, que recuerda que además de por el nombre, se les puede seguir la trazabilidad por el crotal que se les coloca al nacer. De hecho, ese crotal es el que utilizó el veterinario que supervisa todas las labores del herradero para verificar y administrar los medicamentos.