Comienzo suave de una carrera que durará hasta el martes próximo

Óscar Herrero
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Sin mucha ilusión en los tendidos, los aficionados palentinos más fieles hicieron su 'pretemporada' con la novillada, en la que solo en el sprint final pudieron emplear a fondo sus palmas y sus muñecas con los pañuelos

Los tendidos de sombra mostraron mejor aspecto que los de sol. - Foto: Óscar Navarro

 A primera hora, el sol apretaba. Cualquier cosa era buena para protegerse.
A primera hora, el sol apretaba. Cualquier cosa era buena para protegerse. - Foto: Óscar Navarro

Como a la hora de hacer deporte, los toros no se pueden tomar de sopetón, pegarse el atracón... Igual que el primer día que se sale a correr no se empieza con una maratón, la Feria Taurina de Palencia arrancó ayer al trote.  
Suave de público, mojigata en aplausos, parca en pañuelos y con menos de lo que los aficionados allí congregados querían llevarse a los ojos. Quizá demasiado descafeinado hasta para un comienzo. Pero es mejor ir poco a poco y no caer en lesiones que hagan pensarse eso de volver a salir a correr. Menos mal que en el sprint final, en el que se saca todo lo que queda en los músculos, fue satisfactorio, con buenos resultados para un corredor principiante. Una oreja que ha puesto la miel en los labios y hará repetir hoy.
Y es que la novillada se vivió en los tendidos de Campos Góticos como un aperitivo. El entrenamiento de lo que comienza hoy. Lo serio. Al menos así debería ser. Un cuarto de entrada en unas gradas en las que ante el calor con el que arrancó la tarde se podía elegir bien dónde sentarse. Dejar localidades entre medias para llevar mejor el bochorno. Hasta retreparse en el asiento sin  molestar. Si se percibía cualquier comentario a los toreros, ¿cómo no se iba a oír a una mujer gritarle a José Antonio Heredia desde el Tendido 1. «José, José, José... Soy la abuela de Laura». ¿Qué Laura? Heredia sonrió.  
No había el overbooking de otras tardes maratonianas en las que los brazos no pueden separase. Ayer las manos andaban libres para tapar algunos los bostezos del arranque del festejo y las ovaciones, menos atronadoras que otras veces. 
Ni siquiera el callejón presentaba el habitual tráfico. Pocos diputados provinciales, alcaldes y concejales. Por ejemplo, Montserrat Infante, Jesús Tapias, Jesús Duque y Gonzalo Mota, además de José Antonio Arija y Carlos Morchón. A pie de albero, el subdelegado del Gobierno y el Comisario de la Policía Nacional, Luis Miguel Cárcel y Julián Cuadrado. Por encima, en la barrera, el diputado Adolfo Palacio con el alcalde de Villota del Páramo, Alfonso Álvarez y José Luis Martínez, el gerente de Aquadomus.
En los tendidos, de forma relajada Javier Margareto (Teatro Ortega) con unos amigos seguía el desarrollo del festejo, y Silvia Aneas, secretaria Territorial de la Junta, un poco más arriba, hacía lo propio. Su firma va en muchos de los permisos autonómicos de la Feria. A quien no se vio fue a los voluntarios de la Cruz Roja. Sus chalecos naranjas no se verán este año en Campos Góticos después de años haciéndose cargo del soporte sanitario y social en los tendidos «No nos han llamado», afirmaron a DP. Será una empresa la que lo haga este año, si bien, ayer no había, nadie para ayudar a quien necesitara ayuda en las gradas. Afortunadamente no pasó nada. La evacuación al hospital estaba asegurada como exige la normativa. La salida de los tendidos...
Bastantes niños se pudieron ver ayer, puesto que estos festejos, en los que no es mucho el dinero en juego, sirven a padres y abuelos para ver cómo respiran sus descendientes en los toros. No fue la mejor tarde para iniciarse. Y eso que, ninguna de las faenas se quedó sin el premio de la música, pero la espada mató cualquier ilusión. Por cierto, el segundo pasodoble interpretado por la Banda Municipal de Música fue el dedicado al director de este periódico, Carlos Martín Santoyo, tras el brindis que le hizo Heredia. 
Llegaron las gradas al último toro con pocas ganas de fiesta. Ni siquiera unos impecables lances con el capote de De Miranda hicieron sonar las palmas como se merecían. Pero finalmente, el segundo novillero del escalafón sacó los galones, echó el resto -como sus compañeros- y además acertó con la espada. A alguno le crujió la muñeca -de fría que estaba- al pedir la oreja. Hoy, ya no hay excusas.