La gran ola marcó sus vidas

I. ALONSO / Valladolid
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Cuatro castellano y leoneses recuerdan aquella catástrofe cuando se cumple el décimo aniversario del Tsunami que arrasó el sureste asiático y que causó la muerte de más de 225.000 personas

La gran ola marcó sus vidas

Faltaban dos minutos para las ocho de la mañana. Amanecía un nuevo día soleado que invitaba a seguir disfrutando de las fiestas navideñas en bañador en las paradisíacas costas de Tailandia, Indonesia, La India, Sri Lanka y los países del sudeste asiático. Al mismo tiempo que estas localidades se desperezaban, la tierra temblaba a cuatro mil metros de profundidad en el Océano Índico. Una sucesión de maremotos, provocados por el fortísimo seísmo que llegó a los nueve grados en la escala de Richter, hizo desaparecer horas después del mapa las idílicas islas, playas y poblaciones, que quedaron sumergidas en una densa capa de lodo, agua y cadáveres. Más de 2250.000 personas perdieron la vida en una de las mayores catástrofes en la historia de la humanidad.
 
Diez años después se reproducen aquellas imágenes de dolor y desolación. Recuerdos que se agolpan en cuatro castellano y leoneses que estuvieron presentes en la zona cero, ayudando a su reconstrucción, intentando sembrar esperanza en una tierra árida, en- ferma y plagada de muerte. Se trata de los cooperantes de Cruz Roja Miguel Ángel Rodríguez, Sara Escudero y Carlos Santos, y el general de Brigada, Manuel Godoy.
 
«Estaba de vacaciones en Salamanca y me avisaron de la situación, así que el 28 me encontraba ya en Sri Lanka, una de las zonas afectas. Me fui con una unidad de emergencias de telecomunicaciones». Habla Miguel Ángel, el primero de los cuatro en llegar a la zona afectada. «Desde el avión lo ibas viendo, era una devastación infinita. No quedaba piedra sobre piedra, el mar se había comido todo lo que había y, salvo alguna estructura, que curiosamente respondía a templos budistas y mezquitas, porque estaban construidos con mejores materiales, no quedaba nada. Era un plano absoluto de escombros, como si hubieran caído bombas atómicas», continua. 
 
Destrucción. «Sobrevolé muchas partes de la isla y te ibas dando cuenta de la magnitud de la catástrofe con zonas muy interiores anegadas por el mar, con lo que te podías hacer una idea del tamaño de la ola y su destrucción. Son imágenes que se quedan grabadas en la memoria, que sabes que no se te van a olvidar nunca», recuerda Sara Escudero, que llegó un día después como integrante del dispositivo de Cruz Roja España que se encargaba de la depuración y saneamiento del agua. «Es vital en situaciones como estas para evitar que se propaguen enfermedades el que la gente tenga, cuanto antes, acceso al agua potable», puntualiza.
 
«He estado en todas las catástrofes de agua de España, Biescas, Badajoz... y a nivel internacional quizá no tiene dimensión con nada. Donde yo estaba -Sri Lanka-, cuatro o cinco kilómetros hacia el interior, veías la dimensión de la ola y hasta donde había llegado el agua», recordaba Carlos Santos, que llegó en los primeros días del mes de enero. «El problema no es sólo cuando llegó la ola, sino también cuando el agua bajó, ya que lo hizo de golpe con todo lo que arrastra y cuando la gente pensaba que había pasado todo. Había barcas y corales a cuatro kilómetros», continúa.
 
«Te quedas sobrecogido por las imágenes que veías por la televisión. Al principio no teníamos idea de que pudiéramos estar allí y de que España fuera a implicarse en esta catástrofe, a parte de las oengés. De hecho, estaba de vacaciones cuando me llamaron el día 5 de enero y me comentaron que se estaba preparando una intervención», recuerda el general de Brigada Manuel Godoy, al frente de la Unidad de Ingenieros del Acuartelamiento General Arroquia (Salamanca). «Llegamos el 5 de febrero, casi mes y medio después. Íbamos a intervenir en lo que era la reconstrucción y ese papel fue el que nos asignaron», continúa Godoy, que, a pesar de llegar mucho después que los cooperantes de Cruz Roja, siguió encontrándose un «país laminado, destruido, sin infraestructuras, pero donde empezaban ya a funcionar ya los servicios básicos».
 
La actuación fue inmediata. De todos, cada uno en su parcela. Miguel Ángel informando de la catástrofe y asegurando las comunicaciones entre los diferentes actores de la Cruz Roja; Sara Escudero veló por un rápido acceso de los ciudadanos al agua potable; Carlos se ocupó de garantizar la gestión económica de todos los donativos y fondos que estaban llegando a las zonas afectadas; y Manuel Godoy apoyando en las tareas de desescombro, fontanería, depuración de agua, etc.
 
Sensaciones. Entre jornadas maratonianas para intentar devolver una pizca de normalidad dentro de aquel caos, se colaban sensaciones. «El olor. Será algo que no se me olvide nunca, ese olor entre la sal, el calor, la humedad y los cuerpos en descomposición», asegura Sara Escudero. Sensación que comparte Miguel Ángel. «Es verdad que el olor marca, de hecho había que estar con máscaras en muchas zonas», para puntualizar poco después que «yo me quedo con la imagen de miles de personas en estado de shock, deambulando por esas tierras devastadas, buscando familiares, cuerpos, iban de un lado a otro sin saber muy bien que hacer».
 
Carlos Santos y el general de Brigada, sin embargo, hablaban de orgullo y capacidad de superación ante una adversidad como esta. «Yo me quedo con la capacidad de recuperación que demostró ese pueblo. Cuando llegué, pocos días después de la catástrofe, todo el mundo estaba reconstruyendo su casa con los ladrillos que iba encontrando», apuntaba el secretario de Cruz Roja en Castilla y León. «Mi percepción también va en ese camino, en el orgullo de un pueblo por sobrevivir, por salir adelante. Por eso ellos nos agradecían todo el trabajo y la ayuda que les prestamos y, nuestros soldados, se vaciaron por intentar ayudarlos al máximo. Creo que nuestra ayuda era eficaz y ellos lo notaban, de ahí ese trato», señaló.
 
Solidaridad mundial. «La contribución a nivel mundial, en España y de Castilla y León se notó muchísimo desde el primero momento. La sociedad estaba muy sensibilizada, no sé si por las fechas, porque un año antes, también por esos días, había sido el terremoto de Irán... tuvo mucha repercusión mediática. Además había muchas familias europeas pasando las navidades allí y todo eso influye», manifestaba Escudero, sensación que certifica Carlos Santos, al cargo de los números en esa catástrofe y que llegó a movilizar cerca de 6.000 millones de dólares. «Todo el mundo se volcó con las zonas afectadas. España fue uno de los países que más alimentos y dinero donó para paliar los efectos del Tsunami», puntualizó Santos.
 
Tan valiosa como la ayuda económica, incluso mucho más, porque era más tangible, era la humana. «La implicación es máxima, pero en situaciones así, se da el mil por mil. De hecho tenía que vigilar que el descanso de los soldados desplazados fuera el idóneo para evitar cualquier tipo de accidente, porque todos querían estar trabajando constantemente porque veían el dolor y la necesidad de la gente. Para mi fue un orgullo liderar a esos 250 soldados que representaban la solidaridad de todo un país como el español», recuerda el general de Brigada Manuel Godoy.
 
Diez años después, el sudeste asiático va recuperando la normalidad. Siempre física, porque algo se quedó enterrado aquel 26 de diciembre con los más de 225.000 fallecidos.