De diagnosticar el cáncer a padecerlo

SPC
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Ilaria Bianchi no podía creerse que pasaría de un lado de la mesa de la consulta al otro en cuestión de segundos, y eso la convertiría en una ginecóloga más humana con sus pacientes

La ginecóloga italiana Ilaria Bianchi tardó unos segundos en convertirse en paciente, en cambiar de un lado a otro de la mesa de su consulta. Allí, en su despacho, había diagnosticado hace pocos meses de cáncer de mama a su compañera y pensó que era imposible que le ocurriera a ella también al mismo tiempo, pero se equivocó completamente.

Esta es la experiencia directa de una ginecóloga con el cáncer, una vivencia que ha compartido y que ha plasmado en su libro Vivir y superar el cáncer de mama.

Una enfermedad, cuyo Día Mundial se conmemora hoy y que a Bianchi le ha ayudado a entender mejor las necesidades de los pacientes y a darse cuenta de la importancia de una buena comunicación entre el facultativo y ellos.

«Desafortunadamente nada ni nadie te enseña a entender bien a los pacientes hasta que eres tú realmente la que lo sufre», se lamenta.

A esta italiana hiperactiva, ginecóloga «por pasión», le costó acostumbrarse, al principio, a estar al otro lado de la mesa del médico, porque ella era la que habitualmente daba explicaciones en sus consultas cuando había «malas noticias».

Pero tuvo que aprender. «Yo era como un Ferrari y un día la vida me aparcó una temporada en el garaje», comenta al comenzar a hablar sobre cómo se enteró de la enfermedad.

Fue por casualidad, en noviembre de 2014, con 39 años, cuando se ponía crema en el gimnasio y notó un bulto en su pecho izquierdo. Sus conocimientos médicos salieron de golpe a su mente. «Me dije: ¿características? Hum... malas, irregular y no doloroso».

Aquel bulto no le gustó como médico -«tuve una «mala sensación», recuerda-, pero intentó tranquilizarse y se autoconvenció: «no será nada, me haré una ecografía y ya está». Ahí empezó la lucha entre las dos partes, la de paciente y la de médico.

¿Consiguió disociar ambas facetas? «Era un intento continuo de separarlo; intentaba coger la parte positiva de cada aspecto, intentaba irme a donde me convenía», responde.

Las pruebas médicas la colocaron en un sitio que «no me correspondía». «Me sentí paciente, con miedo, inseguridad, en sitio desconocido», explica.

Allí se dio cuenta de que un diagnóstico como éste «te paraliza» y «te deja como flotando en el aire» y entendió, como nunca, el valor de tener a alguien cerca en estos primeros momentos, que pueda entender qué es lo que habrá que hacer y dónde.

«Hasta ese momento nunca me había sentido tan necesitada. Era médico, una persona muy activa y explotaba mis capacidades al máximo. Hacía guardias de 24, 48 horas. Trabajaba muchísimo y no había tenido nunca ningún problema. Pensaba en el subconsciente que mi cuerpo aguantaba todo, que era invencible», detalla.

Esta situación le supuso un gran cambio porque, según explica, tuvo que aceptar que era humana y que, como tal, «era vulnerable» y le «podían pasar cosas y que algún día moriría».

Pero eso no ocurrió. Estuvo un año de tratamiento, entre la quimioterapia, la operación y después la radioterapia. Luego sufrió dos inflamaciones de mama.